Una serie de catastróficas desdichas – Parte 1: De dónde venimos…

Por Alejandro Mulet @alexmulet

No hay una forma fácil de contar lo que está sucediendo. Parece que miremos donde miremos nada funciona y lo que es peor, nada hace presagiar que esto vaya a cambiar en el corto plazo. En uno de los escenarios más complejos y desalentadores que vive la humanidad a nivel global quizás desde los extintos conflictos mundiales. La incertidumbre, la desinformación y el caos generalizado está acabando con la paciencia y la cordura de muchos. Si algo ha dejado meridianamente claro esta crisis es que, en general, estamos en manos de una clase dirigente a la que nuestra vida, nuestra propiedad y nuestras libertades no les importan en absoluto. Algunos ya éramos conscientes de esta circunstancia antes de que el Covid-19 se desperdigara entre susurros por nuestros hogares. Pero constatar lo que algunos ya sabíamos no hace que este mal trago sea menos amargo.

Occidente y sus satélites están en graves – o muy graves según el caso- problemas. Estados Unidos sufre una polarización máxima calentada tras la votación del próximo 3 de noviembre. La economía, aunque se recupera después del shock brutal que supuso el lockdown, sigue al trantrán. Tanto es así que los norteamericanos han sido llamados a las urnas en una situación laboral que para muchos recuerda a la vivida en 2008, con una tasa de desempleo del 8,4% y con aproximadamente 13,5 millones de personas en situación desempleo y cifras récord de bancarrotas empresariales. Y aunque los mercados, próximos a sus máximos históricos, ya descuenta una suerte de acuerdo bipartidista para la aprobación del próximo paquete de ayudas una vez transcurridas las elecciones del 3/11, muchos norteamericanos ejercieron su derecho constitucional al sufragio activo con los bolsillos vacíos, en un clima crispado que amenaza la supremacía de un gigante con pies de barro.

En cuanto a Europa, ¡ay Europa! La vieja Europa. Vaya desastre tienen montado Von der Leyen & CIA. Es cierto que por el momento existe la consciencia entre los países de la Europa rica de que es necesario ayudar a los países del sur. Las imágenes del Palacio de Hielo, de los camiones militares en Italia, de los hospitales colapsados de Italia y España han calado hondo. Como resultado, Europa ha dado vía libre a los estados miembros para que gasten, se endeuden y salgan de esta como sea. Sin embargo, las luces en torno al proyecto europeo cada vez son más tenues. El equilibrio de poder en el viejo continente se resquebraja: los países del sur, – Francia inclusive- soportan un peso que amenaza con poner en jaque sus sistemas democráticos en los años venideros, y esto constituye un riesgo que la comisión no está sabiendo manejar. El Brexit, lejos de ser la excepción que confirme la regla, puede convertirse en un ejemplo a seguir, sobre todo en aquellos países en los que el euro escepticismo es creciente y notorio.

Europa – y por extensión el proyecto europeo- están en un estado de «Pesimismo indefinido» tal y como lo define Peter Thiel en su libro “De Cero a Uno”. Es decir, una decadencia que da comienzo en la década de los ´70 y que nos hemos empeñado en ocultar bajo montañas de burocracia, el proyecto de integración europeo y una divisa común. Todo sucede a cámara lenta, un proyecto sin rumbo, impuesto top-down a una población que no sabe qué narices hacen sus representantes en Bruselas y en qué les beneficia. De la Europa de los mercaderes queda muy poco: lo que debió ser un proceso natural, patrocinado por nosotros, los ciudadanos de a pie, a través de las interacciones libres en nuevos espacios comunes, el comercio sin trabas ni corta pisas, la libertad de movimiento y la empatía hacia nuestros vecinos, se ha convertido en un proyecto de políticos y de élites que ven en los ciudadanos como una excelente fuente de financiación de sus múltiples y carísimos desvaríos planificadores llamados a moldear la nueva sociedad Europa. Mientras tanto, esperamos. Vemos el devenir de los acontecimientos sin tan siquiera reaccionar, somos un continente maduro, caminando a toda velocidad hacia la vejez y la senectud, que se regocija cómodamente en su sillón después de una buena tarde con los amigos o la familia. Dado que no sabemos si el declive será rápido o lento, abrupto o gradual, nos paramos a contemplarlo mientras comemos, bebemos y aparentamos estar satisfechos con nuestras vacaciones.

Lo único que hemos sabido a ciencia cierta de Europa desde marzo, es que Schenguen, el tratado de libertad de movimientos, es discutido y discutible, sobre todo cuando los problemas se acumulan a las puertas de los estados miembros. Hace unos meses fue una pandemia global y el miedo al prójimo. Mañana la excusa será cualquier otra. Al mismo tiempo que Schenguen entraba en un estado de suspensión indiferenciable del coma, también lo hacía la cooperación comunitaria en ámbitos tan críticos como la disposición de recursos, el manejo de compras conjuntas de material o el establecimiento de parámetros comunes y claros a los que nos pudiéramos atener los ciudadanos a lo largo y ancho del continente.

Como suele ser habitual, el único gran acuerdo que se alcanzado hasta la fecha es el relativo a “los dineros”. La comisión ha puesto sobre la mesa un paquete de estímulos por valor de 750.000 millones de euros que será financiado con la primera emisión de deuda comunitaria de su historia. Es decir, los estados miembros han decidido endeudarse y hacerlo a lo grande, casi tan grande como todo el PIB de los Países Bajos. Dicho plan se extenderá entre los años 2021 y 2023 y debería ser capaz de socorrer y reconstruir la economía de los veintisiete. Debería. Veremos.

Recordemos que a nosotros nos han llovido del cielo 140.000 millones de euros, de los cuales 72.700 millones de euros se recibirán en concepto de transferencias a fondo perdido y 67.300 millones de euros como préstamo reembolsable. Y no es para menos, los criterios de reparto se basan en: población (los 4º de Europa o 5ª ex ante Brexit), el PIB (los 4º de Europa o 5ª ex ante Brexit) y el nivel de paro entre 2015 y 2019 (los 2º de Europa). De esta forma Italia, España y Polonia son los países más beneficiados por dicho fondo de recuperación. Obviamente estos fondos están sujetos a condicionantes, planes y proyectos concretos. Es decir, obliga a los políticos a tratar líneas de aplicación claras, pensar, discurrir, ejecutar. Siendo realistas, lo más normal es que un porcentaje importante de los fondos nunca llegue a cruzar los Pirineos.

En cuanto a la situación de España. Recapitulemos. La economía se encuentra en la recesión más severa desde la Guerra Civil. Según el FMI, el PIB se contraería en un -12,8% – la mayor caída entre los países desarrollados- y una tasa de paro que alcanzaría el 16,8%. Así mismo, en su informe de julio, la Airef estima que el déficit público alcanzaría el -14,4% del PIB, unos 172.800 millones de euros, y la deuda se situaría en niveles del 120% del PIB – efecto producido por la contracción del PIB y el incrementado de la deuda- y todo mientras el estado emite durante este año unos 297.000 millones de euros de deuda bruta, de los cuales 115.000 millones de euros son de deuda nueva, con un coste de endeudamiento del 0,23% lo que supondría un nuevo mínimo histórico. Obviamente esto solo es posible gracias a la cobertura que ofrece el programa de compras del BCE y los mecanismos europeos de préstamos SURE para la protección del empleo.

A todo esto, hay que añadir la grave situación por la que atraviesa la Seguridad Social: el déficit previsto para este año asciende al -4,1% del PIB o 45.000 millones de euros, un desequilibro que ahonda la grave situación financiera que ya atraviesa la Seguridad Social – recordemos el pasado mes de julio de 2019 el Tribunal de Cuentas declaró la quiebra técnica del organismo después de que su patrimonio neto alcanzase los -13.720 millones de euros a fecha del 31 de diciembre de 2017, tras registrar pérdidas acumuladas por valor de 100.000 millones de euros durante los últimos 10 años- es decir, desde hace más de tres años, y pese a la propaganda de esa ficción contable llamada fondo de reserva de las pensiones, la Seguridad Social sobrevive gracias a transferencias desde el Ministerio de Hacienda financiadas con cargo a deuda. Todo ello mientras los babyboomers comenzarán a jubilarse a partir del 2025, lo que supondrá un incremento del 50% del número de pensionistas.

Por si todo lo anterior fuese poco, resulta que España tiene el dudoso honor de ser el país de la OCDE que peor está gestionado la pandemia según la Universidad de Cambridge. Y es que no estábamos preparados, ni quisieron prepararse, ni a día de hoy están muy por la labor de reconocer que van como “pollos sin cabeza” improvisando las medias sanitarias en función de los tejemanejes políticos confeccionados cuidadosamente en Moncloa.

Fuente: https://www.redaccionmedica.com/secciones/sanidad-hoy/coronavirus-cambridge-espana-peor-gestion-covid-19–1008

Vivimos tiempos extraños, en los que los sentimientos dominan el panorama, los días son incesantes y lo urgente, nuevo y novedoso, roba el protagonismo a cualquier cuestión que requiera de la más mínima paciencia y planificación. Por favor, vístanos despacio que tenemos prisa.

La situación es inusitadamente grave, mucho más grave de lo que ningún representante, parlanchín o interesado de turno querrá reconocer. El grupo de “Hexpertos” – que en el pasado se reconoció inexistente- marca un supuesto rumbo sin brújula, horizonte o punto de referencia. Van a ciegas, lo saben, pero nos intentan vender todo lo contrario.

Este, a grosso modo, es el viaje que nos ha traído hasta donde estamos. Más allá de si el punto cartográfico es más o menos paradisíaco, preocupa mucho más en qué estado está realmente la nave a la hora de poder proseguir el viaje.

En la Parte 2 de este artículo, haremos un ejercicio de análisis sin tapujos, para establecer hasta qué punto puede estar deteriorada la situación, dónde y por qué.

Alejandro Mulet @alexmulet

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