Muchos hablan equivocadamente de esta pandemia como un “cisne negro” (término acuñado por Nicholas Nassim Taleb para designar hechos de bajísima probabilidad, prácticamente impensables, pero de extremo impacto). Pero más importante aún que el concepto de Cisne Negro de Taleb, es su concepto de sistema frágil: un sistema frágil, entendido como lo entiende Taleb, es un sistema que no es capaz de sobrevivir a una adversidad o, si lo hace, sale muy perjudicado de ella (en contraposición a un sistema antifrágil: aquel que ante una adversidad severa, sale claramente reforzado de la misma).
La clave del derrumbe económico provocado por la pandemia no es el evidente impacto de los confinamientos, sino que la mayoría de estados presentaban, ya antes del COVID-19, sistemas económicos que ya estaban muy al límite debido a los excesos cometidos con los estímulos derivados de las crisis de 2008 en USA y 2012 en Europa, y que tenían marcado en la agenda el periodo 2020-2022 para intentar empezar a drenar esos excesos. Y esta pandemia les pilla a contrapié, exigiéndoles ejecutar nuevos excesos sobre los ya existentes. Como consecuencia de ello, cada vez estamos peor preparados para afrontar nuevas crisis.
Por tanto, se trata más de una cuestión de sistemas que ya eran frágiles antes del COVID que de un cisne negro. La pandemia ha expuesto muchas vulnerabilidades de la economía global que son estructurales (incluyendo precarios sistemas de salud) y a las que ya había que hacer frente antes de que esta crisis estallara. Años de planificación monetaria central dirigiendo los designios y la evolución de la economía y finanzas han dado lugar a un crecimiento artificial, grandes desequilibrios, distorsiones e inestabilidad estructural en el sistema financiero y monetario. Un sistema frágil y vulnerable que carece de medios y resistencia para combatir shocks inesperados. Y en el caso de la pandemia, el shock no sólo impacta en el ámbito económico: está produciendo, además, un cambio radical y global en las dinámicas sociales, dando lugar a un nuevo orden socioeconómico mundial que aún no está perfilado y del que no es fácil predecir su evolución.
Antes de intentar obtener respuestas a la hora de entender (o al menos reducir la incertidumbre de) la evolución de este nuevo orden socioeconómico (y su traducción en los mercados financieros) primero debemos señalar cuáles son las preguntas correctas que debemos hacernos:
1. ¿Están actuando bien los bancos centrales?
2. Recuperación del turismo: ¿Se volverá a viajar como se hacía antes?
3. ¿Se producirá una vuelta a la des-globalización?
4. Nuevo orden geopolítico: ¿Se convertirá China en un verdadero líder mundial?
5. Nuevas formas de interacción social: ¿Se volverán a ver espectáculos en masa (estadios, conciertos, cines, teatros, parques temáticos…)?
6. Nuevas formas de trabajo y consumo: ¿Se normalizarán el teletrabajo y las compras on.line?
7. Digitalización y tecnología en los sectores productivos: ¿Será cada vez menos necesaria la mano de obra humana?
8. Digitalización y tecnología en los espacios urbanos: ¿Qué hay de las Smart Cities?
9. Nuevas formas de control de la población: ¿Se producirá un cibercontrol del individuo por parte de los estados?
10. ¿Se está teniendo en cuenta que el principal riesgo de una sociedad digitalizada son las ciberamenazas?
11. ¿En qué quedará la fiebre por lo verde, lo sostenible y lo medioambiental?
La crisis del coronavirus va a acelerar tendencias previas (que ahora se percibirán con mayor intensidad), lo cual permite definir unas líneas maestras, muy generales, acerca de cuáles de esas tendencias se impondrán a largo plazo.
Las respuestas que desde Bitácora de Bolsa y Economía damos a las 11 preguntas aquí formuladas, junto con las 6 tendencias socioeconómicas que prevemos prevalecerán durante los próximos 20 años, podéis encontrarlas en: Cuaderno de Bitácora 7: Reflexiones sobre un mundo en máxima incertidumbre (Informe de 47 páginas accesible para usuarios de pago).